Melodías del corazón.-
a C G de A
I.- La consulta.
Eran las cinco de la tarde.
La sala de espera tenía un tono ocre recién pintado y aún guardaba una atmósfera tibia y pegajosa del centenar de personas que habían acudido a la consulta por la mañana. Pero ahora estaba tranquila y solitaria. Solo se oía el ronroneo de una máquina limpiadora y una suave canción que acompasaba su ir y venir por el pasillo lateral. Una melodía muy conocida que ahora no podía esforzarme en recordar.
Me consumía de impaciencia desde que Andrea mi mujer me llamó al trabajo: – Han dejado un mensaje del hospital, que te espera la doctora a las doce. Imposible irme de improviso, dejándolo todo, y encima teniendo que dar explicaciones de que iba al médico, de que no me pasaba nada, que era un chequeo en cardiología, que el electrocardiograma era raro, pero eso no quería decir nada según la doctora, había que hacer unas pruebas nucleares para estar seguros había dicho el Dr. Román, estarían ya los resultados, pero habían dicho que tardaría unos días.
– ¿Seguro que nunca ha tenido dolores en el pecho?, había insistido la médico residente.
– No, no creo, bueno a veces me duele aquí al apretar pero mi mujer que es enfermera me dice que son dolores musculares, de hacer tanto ejercicio.
Y para qué me querrán, eso es que han encontrado algo malo.
– Qué miedica y aprensivo eres, no ves que te hicieron la prueba ayer, aún no pueden tener el resultado, a lo mejor tienen que repetir algo, eso pasa a veces en los hospitales, sobre todo en rayos, te habrás movido, con las prisas y tanta gente ya se sabe, había dicho Andrea.
Llevo aquí ya más de media hora, menos mal que no hay nadie más esperando, tengo las manos sudorosas, me estoy sugestionando, tengo que tranquilizarme pensé, si hubiera venido Andrea conmigo… Ahora la música sonaba más cerca y agradecí tener un contacto con la realidad, es una radio, una canción muy conocida, luego me acordaré, si es que sobrevivo pensé. No empieces a decir tonterías…
– Señor Díez, Señor Díez, en qué piensa, el Dr. Román le espera. Era la cardióloga residente que me invitaba a pasar al despacho, su tono de voz era amable y sonreía de forma que me pareció artificiosa.
– Qué susto me ha dado disculpe, no me he dado cuenta, estaba ensimismado, balbuceé.
El Dr. Román, en mangas de camisa, me esperaba de pie mientras ordenaba la mesa y encendía un negatoscopio de múltiples pantallas a su espalda. Se notaba que acababa de llegar e intentaba ponerse en situación. – Siéntese Sr. Díez, ¿puedo llamarle Luis? , hemos estado revisando su caso y le hemos llamado, antes de lo previsto, en vista de lo que muestran los primeros resultados. No se alarme Luis pero la prueba nuclear de perfusión que le hicimos confirma lo que presagiaba el electrocardiograma, su corazón tiene carencia de riego en múltiples áreas y lo que es más preocupante su funcionamiento global se resiente de forma preocupante.
– Pero eso es imposible doctor yo me encuentro bien (en realidad ahora me sentía fatal y atenazado por el pánico, esto es el fin Andrea, te lo había dicho. Claro que te lo he dicho tantas veces, sobre todo en los últimos años.). Oía al doctor en la lejanía que seguía dándome explicaciones pero en realidad sin escucharle. Volvían a sudarme las manos y una sensación de frío me subía por el cuerpo hacia la cara. Miraba a la cardióloga, sentada al lado del doctor, llevaba una bata blanca impoluta que dejaba ver sus rodillas y piernas bronceadas, las cruzó de forma insegura como si se hubiera percatado de mi prospección visual. Seguía manteniendo la misma sonrisa fija de complacencia que me pareció fingida y ridícula, será su forma de trasmitir indiferencia, o profesionalidad, por la edad podría ser mi hija, qué demonios creerá que sabe pensé.
– Es cierto que en los últimos meses me he encontrado desganado y deprimido (aproveché que el doctor se había callado durante unos segundos) pero he tenido mis motivos y mucho trabajo y estrés. Siempre me pasa cuando dejo de hacer ejercicio pero se me pasará.
– En definitiva Sr. Díez (ahora me trataba de Vd. otra vez), insistía el doctor, tiene que hacerse un cateterismo con vistas a valorar las posibilidades quirúrgicas antes de pensar en un trasplante. – Es Vd. aún muy joven, intercedió la cardióloga residente sin abandonar su sonrisa que me parecía hipócrita, – querrá volver a una vida plena, tiene muchos años por delante para conformarse…, se interrumpió al cruzar su mirada con la del doctor Román.
– ¿Y si no hago nada?, me atreví a preguntar.
– Bueno, la medicina no es una ciencia exacta, pontificó el doctor con un tono muy trascendental, pero todos los datos indican que no podrá vivir más allá de 2 o 3 años y para entonces quizás ya no podamos actuar. Incluso ahora puede que sea demasiado tarde. El suyo es un caso infrecuente de isquemia progresiva sin síntomas o sea sin molestias. Quizás ese cansancio que refiere haya sido una señal.
Salí de la consulta como en volandas, la cabeza me daba vueltas. – Lo hablaré con mi mujer les dije. No me podía creer lo que me habían dicho. Un encuentro decisivo con mi existencia, el universo y yo a solas frente a frente (qué peliculero soy, pero esto no es una neurosis estilo Woody Allen, es más que ficción, es la realidad). Uno espera una noticia así muchas veces a lo largo de su vida, pero ahora precisamente ahora no podía ser.
En el vestíbulo ya no estaba el señor y la máquina de la limpieza, ni la radio. Pero recordé de repente la canción, era de Cole Porter, era “Night and Day” y la cantaba Ella Fitzgerald. Sí Adriana, digan lo que digan y pase lo que pase “you are de one” pero ya te lo decía yo, todos somos iguales. Y si alguna vez me he creido distinto, ahora, Adriana, no tendré ya oportunidad de demostrártelo, no tendré tiempo. Siempre decías que tenía talento que tendría que demostrar algún día, cuando me sosegara y me dedicara a lo que importa. Pero no he podido Adriana, no he tenido oportunidad, tenía que ganar dinero, a ti siempre te ha gustado viajar y vivir bien Adriana. Hemos ido post-poniendo aquello que según tú sabía hacer. Escribir, Adriana, te prometí escribir, pero no he podido, he estado muy estresado, no se puede compaginar la realidad con la ficción Adriana, yo no he sabido, perdóname Adriana, ya no sé si podré, Night and Day…
Al volver a casa Adriana me recibió más cariñosa de lo que ella últimamente solía ser.
– No te preocupes, no será nada, los médicos siempre exageran, se curan en salud, me dijo mientras me besaba. Trataba de quitarle importancia al asunto y le seguí la corriente, – tienes razón porqué voy a hacerme nada si me encuentro bien, dejaré de fumar y ya está. – No de eso nada, tienes que hacer lo que te digan, hoy día se cura todo y tu siempre dices que o se vive bien o mejor no vivir. Si tienes algo importante cuanto antes te lo vean mejor. Al fin y al cabo un cateterismo no es nada….
Y siguió con una retahíla de datos médicos sobre el cateterismo, las enfermedades del corazón y multitud de conceptos que yo no entendía ni me interesaban lo más mínimo. Lo único importante para mí en aquél momento es que aquello que decían que tenía podía ser algo grave y no me encontraba con fuerza para luchar y superarlo. Y por qué sabía Adriana lo del cateterismo.
– Me lo contó la Drª Teresa, la cardióloga ayudante del Dr. Román cuando llamó esta mañana para citarte, querían ponerte en antecedentes sobre la necesidad del cateterismo, no te lo dije antes para no preocuparte.
Necesitaba estar solo y pensar en todo esto y me refugié una vez más en la música como hacía siempre que me encontraba confuso. Mi relación con Adriana, después de tantos años de casados, no había sido buena últimamente, ella ya no creía en mí, se había dado cuenta de que envejecía, y yo atribuía a ello mi cansancio y desmotivación. Qué sabían los médicos de lo que hacía daño al corazón, era la vida lo que mataba. Nada duraba.
II.- El cateterismo
La antesala del quirófano donde se hacían los cateterismos parecía el hall del metro en plena efervescencia. Médicos, enfermeras, celadores, enfermos, familiares iban y venían en un informal y organizado ajetreo cada uno con su tema. Sonaba el teléfono que no cogía nadie. Levantando tímidamente la cabeza desde mi camilla yo lo observaba todo con cierto aire de alucinado. En realidad agradecía aquél jaleo, casi familiar, que me alejaba de mis miedos y angustias. Era lo que yo le decía siempre a Adriana, era necesario cierto desorden para hacer funcionar las cosas. Eh aquí la prueba!.
– No se preocupe, enseguida le atendemos, no se asuste. Mientras, léase estos papeles, vuelvo ahora. Agradecí su voz conocida, era Teresa, la cardióloga joven, de sonrisa fingida. Tenía ahora un aspecto más desenvuelto y profesional, uniformada con un pijama rosa de cirujana. Volvió enseguida complaciente y dispuesta a dedicarme toda su atención.
– Resúmame por favor, no entiendo nada de lo que me ha dado a leer, no puedo concentrarme, firmaré lo que quiera, estoy en sus manos, y qué significa esto de “década preferida”, “clásica”, “jazz”…. – Significa que puede elegir la música que quiere escuchar durante el cateterismo. – Oh! qué amables, puedo escoger mi música preferida, las canciones de mi vida para despedirme. – No dramatice Luís, esto es solo un cateterismo, aquí le explicamos que se hace con anestesia local, y apenas notará molestias, podrá hablar y preguntar todo lo que quiera.
Mientras me extendía los papeles para que firmara, me fijé en sus manos, sus dedos eran largos y delicados, trasmitían ternura y confianza. Me acordé de mi madre, ella me había enseñado a interpretar el movimiento de las manos, – para comprender a alguien mírale las manos, me decía. Hace unos días aquella cardióloga me había parecido fría e hipócrita pero ahora necesitaba su apoyo y complicidad. Al fin y al cabo no tenía allí a nadie más en quién confiar y ella conocía ya algo de mi vida y de mi corazón. Eso es lo que decía siempre Adriana, la historia clínica de un enfermo es como un fogonazo que ilumina sus sentimientos, sus decepciones, sus fracasos.
– Mire Luis, esta es Lourdes, la enfermera que le preparará y me ayudará en el Cateterismo.
Sentí primero un pinchazo y un dolor agudo en el brazo y el corazón me palpitaba con fuerza. La enfermera me hablaba pero yo no podía escucharla contraído como estaba por el dolor. – Mi mujer es también enfermera, dije intentando confraternizar y disimular mi dolor y mi miedo, – se llama Adriana, Ay Ay me quejé.
– Es Vd un quejica, qué hombres, no saben lo que es un parto.
Qué horror estoy entre mujeres, pensé y van a vengar conmigo el sufrimiento durante siglos de todas las mujeres del planeta. En otras circunstancias me hubiera reído de mi situación pero, ay, ay. Resultaba patético, quizá estaba dramatizando.
– Ponle algo para que esté tranquilo, reconocí la voz de Teresa la cardióloga.
Fue ese algo o su voz y su mano que noté que apretaba la mía, y la música que imperceptiblemente había empezado a sonar y me hacía sentirme bien, “Nunca sabré porqué siento tu pulso en mis venas “, cantaba una voz dulce y afinada. No sé lo que fue pero de repente me sentí aliviado y contento de haber afrontado el tan temido cateterismo. Y me olvidé de todo y me abandoné a la música de Jazz que ahora descendía desde el techo y me envolvía con acordes de piano y contrabajo y la trompeta de Mile Davis que porfiadamente me fue penetrando… eran “las hojas muertas” con las que me quedé dulcemente dormido…
Me despertó el Dr. Román: – Bueno D. Luis, la situación era mejor de lo esperado, pero tiene que operarse, el cateterismo muestra signos peligrosos de amenaza de rotura de su corazón y sus coronarias. No podemos esperar mucho más, si se opera ahora tenemos bastantes posibilidades de que recupere una función cardíaca normal y podamos evitar el trasplante. El Dr. Román ensayaba una vez más su tono de trascendencia y profesionalidad. La Drª Teresa, ahora otra vez con su bata blanca inmaculada que realzaba su piel bronceada, me miraba con aire de complicidad. Adriana estaba al lado de mi cama e intentaba una sonrisa de tranquilidad que no consiguió sin embargo trasmitirme. Sus ojos, sus maravillosos ojos grises que siempre me sorprendían, tenían un brillo húmedo especial que nunca había observado antes.
– ¿Y me voy a morir? pregunté y notaba que mi voz se quebraba y era casi inaudible.
– Bueno no le oculto que la operación es de mucho riesgo dado lo débil que está su corazón pero creo que lo superará y desde luego sus posibilidades de supervivencia son mucho mayores si se opera.
– Si está de acuerdo, tenemos previsto operarle dentro de una semana. Le haremos unos análisis antes de marchar y luego le daré el alta para que pueda esperar en casa hasta que le llamemos, dijo Teresa la cardióloga, al tiempo que me cogía y me apretaba la mano para darme fuerzas.
– O sea que me dan unos días de plazo para que me despida de la vida ironicé. Ves Adriana, esto es lo que pasa por ir al médico, si se empeñan siempre te encuentran algo, bromeé forzando una sonrisa. – No empieces con tus ideas derrotistas se quejó muy seria Adriana que nunca apreciaba mis salidas de tono.
Nos dejaron solos a Adriana y a mí en la habitación y estuvimos un largo rato en silencio. Ella se sentó en la cama a mi lado y apoyó mi cabeza en su regazo.
– No pasa nada cielo, yo estoy a tu lado y no pasará nada, ya verás…
III. La espera
Esa misma noche nos fuimos al chalet en la costa, nuestro chalet, nuestro refugio de intimidad, que tenía infinitos y felices recuerdos para los dos y donde acostumbrábamos a ir cuando queríamos estar solos, pero donde últimamente nos resultaba dificil y doloroso encontrarnos a solas y enfrentarnos a nuestra mutua indiferencia y apatía.
Me enfrenté a aquellos días junto al mar como un ensueño. Adriana me daba por las mañanas mi medicación del corazón, y un tranxilium, para que no te angusties decía, y luego no paraba de hablarme con clara intención de entretenerme y no dejarme pensar mucho, lo cual yo agradecía. Pasamos muchas horas paseando y recordando nuestros momentos que evocábamos al escuchar las canciones que oíamos juntos, como “love and marriage”, que habíamos oído cientos de veces y que había sido incluso motivo de discusiones sobre el fondo de su significado…”amor y matrimonio son inseparables”.., decía Sinatra en un sentido bastante retrógrado y rancio a simple vista pero no tanto si se interpretaba como la necesidad de amor para el matrimonio. Mentira en cualquier caso, argumentaba yo: una cosa es el amor y otra cosa el matrimonio que en la mayoría de los casos es un acto cultural por conveniencia social o seguridad.
Como no teníamos hijos, Adriana y yo lo habíamos compartido, casi en soledad pues teníamos pocos amigos, todo: amor, desamor, felicidad, viajes, lecturas, silencios y la música, siempre la música que formaba parte de nuestra cotidianidad y de nuestros momentos más especiales. Con música nos levantábamos y nos dormíamos, y al menos una vez al mes frecuentábamos el “Cotton Club” donde con una copa disfrutábamos de estupenda música en directo y donde olvidábamos todas nuestras desavenencias“. I have you under my skin”, le cantaba yo a Adriana, acompañando a Ella Fitgerald, y con eso Adriana no se puede, no hay nada más fuerte.
Y luego el rompeolas, ir al rompeolas, oir su música estruendosa y esperar con emoción y miedo, y agarrados de la mano, la espuma salada que salta y te empapa. Y correr para escapar de las olas más fuertes. Qué placer…
Y aunque en mi fuero interno me costaba reconocerlo, aquellos días de espera en que recorrimos hacia atrás nuestros rincones preferidos, muy unidos por la incertidumbre de mi enfermedad, Adriana y yo nos sacudimos nuestra indiferencia y una vez más fuimos felices. Y así pasamos tres semanas, olvidados del teléfono y del mundo aunque con la sensación, que no manifestábamos, de que repasábamos nuestras vidas antes de enfrentarnos a la inevitable operación. Bueno ya sabes querida, si viniera a buscarme la Parca que diría Serrat, empuja aquí mi barca que al fín y al cabo yo “nací… en el Cantábrico”.
IV La operación
Cuando llegamos al apartamento teníamos dos mensajes del hospital.
– Ya le íbamos a borrar de la lista, me riñó cariñosamente la Drª Teresa, le hemos llamado dos veces para programar su operación y estábamos preocupados de que le hubiera pasado algo. Tendrá que ingresar el lunes para tener todo preparado para operarle el miércoles. Pero no se vuelva a escapar Luis.
Los dos día de espera en el hospital fueron un sufrimiento permanente. Análisis, nuevas pruebas de todo no eran lo peor. Lo insufrible era la ansiedad y la angustia, . La amabilidad de las enfermeras me parecía compasiva y me sentía incapaz de asumir y ni siquiera entender la situación en la que me encontraba. Querría escapar pero me sentía impotente. Mi consuelo era Adriana que una vez más y como siempre estaba a mi lado, sin hablar apenas, entendiendo que ya todo lo teníamos dicho y que las palabras eran vanas, pero permaneciendo fiel día y noche junto a mí, compartiendo la espera.
Y el día llegó. A primer ahora de la mañana vino a buscarme Lourdes, la enfermera que ya conocía del cateterismo. Adriana y yo sonreimos para darnos valor mutuamente. Ya sabes que estoy contigo me dijo, «mi plegaria es estar junto a tí» me susurró al oido, r la canción de los Platters, confía. Me acompañó hasta el quirófano, sin disimular ya las lágrimas que brotaban de sus ojos más hermosos que nunca.
– Espera, le dije a la puerta del quirófano, quédate con mi movil, es como mi alma, siempre estaré contigo, hasta pronto.
Luces, focos, sueros, pichazos, mascarilla, placer, Teresa, el Dr. Román, Adriana, niebla, y nada. Y música otra vez. «I love Paris in the sprinter», Cole Porter otra vez.
– Dr. Román, preguntaba Teresa, ¿porqué razón siempre le gusta poner «I love Paris» en el quirófano?.
Por si acaso Teresa, por si acaso. Recuerda lo que decía Oscar Wilde «cuando los buenos mueren van a París». Y por si acaso..
Dedicado a Carmen González de Arriba
Alfredo