Mi hermana

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Para Carmen,

los niños son ella

y ella son los niños

         Clara, Mateo, Azahara

Yo tenía 7 años y por entonces idolatraba y odiaba a la vez a mi hermana dos años mayor, un doble sentimiento de amor y odio que me provocaban su presencia y personalidad incontestables y su actitud  insoportablemente distante ante los demás.

Muchas veces en aquellos años tuve que pegarme con mis compañeros más groseros del colegio que la tildaban a sus espaldas de borde, estirada y presumida, y más atributos irrepetibles y humillantes a la edad que yo tenía entonces. A sus espaldas porque nadie osaba reprocharla nada directamente dadas las exquisitas maneras y educados modales que tenía mi hermana de afrontar cualquier discusión, que dejaban desarmado a cualquier litigante antes de que ni siquiera hubiera expuesto lo que ante ella parecerían vulgares y rudos argumentos. Solo con enfrentar su inocente pero segura y decidida mirada el supuesto adversario comprendía que no tenía motivos, a no ser la pura envidia, para criticar nada de aquél ser tan aparentemente puro y auténtico, aunque tan irritante por incomprensible e inalcanzable..

De piel blanca casi trasparente mi hermana tenía a sus 9 años una belleza inocente que escondía tras una timidez natural que la hacía parecer engolada y suficiente. A ello añadía una inteligencia fría, una lucidez totalmente inusual para su corta edad y sobre todo una autodisciplina que, solo años más tarde comprendí, era su principal virtud que superaba y controlaba a todas las demás.

Por aquellos días de primavera profesores y alumnos se mostraban agitados e impacientes. La naturaleza explosionaba de savia y producía efectos sorprendentes en nuestras vidas y en todo lo que nos rodeaba. La mañana amanecía en las ventanas de nuestras casas y en las aulas chisporroteando luz y sonidos salvajes que embotaban nuestros sentidos de una energía desbordante. ¡Cómo recuerdo aquellas primaveras de mi infancia!, cuando de forma misteriosa todo parecía posible. Todo lo que sucedía en el mundo parecía acontecer a nuestro alrededor y nunca como entonces a lo largo de mi vida me he sentido y creído tan significativo e importante dentro de aquél pequeño universo por lo demás tan imprevisible e  inabordable.

En esos días de finales de Abril el colegio celebraba sus fiestas y a la efervescencia de la primavera se unía la actividad febril de los colegiales preparando y participando en múltiples actividades recreativas y deportivas. La más popular, por ser su participación casi masiva y el símbolo del inicio de las fiestas, era sin duda la carrera de natación de estilo libre que constituía el aldabonazo de la semana de fiestas. Se celebraba en el gran frontón del colegio, que albergaba bajo su cubierta, además de múltiples canchas y pistas deportivas, una gran piscina climatizada que permanecía abierta todo el año y constituía una de las singularidades de nuestro colegio muy envidiada por los demás colegios de la ciudad. Colegiales de todas las edades participaban en la gran carrera cuyo objetivo era llegar a la meta después de recorrer nadando de cualquier forma cinco largos de 20 metros que tenía la piscina.

Incomprensiblemente, mi hermana se había apuntado para participar y era motivo de las chanzas y burlas de mis compañeros de clase: pero sabe nadar?, solo participan los mayores.., ganas de llamar la atención.., querrá lucir palmito en traje de baño.., para que veamos lo tronqui que está, decían.

–      Tienen razón – la decía yo -, eres aún pequeña para participar, son 100 metros, te cansarás antes y harás el ridículo, yo no participo y nado mejor que tú.

–      No es verdad decía ella, yo nado mejor, no soy tan pequeña y participa también Laura que es amiga mía y he nadado con ella durante el curso y me ha dicho que nado muy bien, y el profe también lo dice, – contestaba ella.

–      Pero Laura es dos años mayor que tú – le respondía yo- y seguro que participa con amigas de su clase, no se va a preocupar de ti para nada, serás la única de tu edad, la más pequeña, se reirán de ti y luego tendré que defenderte.

–      Mira mocoso déjame en paz, no te metas en mis decisiones, y además sé defenderme yo sola….

Era inútil insistir, mi hermana era ya entonces muy terca y ni siquiera mi madre, que intentó hacerla razonar y amenazó con negarla el permiso en base a su corta edad y riesgo de que enfermara por agotamiento,  logró hacerla desistir.

–      Déjala – dijo mi padre-, no tiene nada de malo en que quiera participar y ella misma verá si puede acabar la carrera o se cansa antes.

–      Hará el ridículo – insistí, dando ya la batalla por perdida.

Y comenzaron las fiestas de aquél curso un 28 de abril fresco y ventoso. Decenas de alumnos se reunieron en la explanada del colegio para asistir a la suelta de cohetes que anunciaban el inicio de las actividades. Al mismo tiempo en la piscina, cerca de un centenar de chicos y chicas en traje de baño y rodeados y coreados por otros tantos compañeros se empujaban y peleaban por colocarse en los primeros lugares dentro de los grupos que de mayor a menor edad se constituían de forma improvisada. Vi a mi hermana, endosada en su apretado traje de baño, arrimándose a las niñas del último grupo que no la hacían ningún caso. Ella se lo ha  buscado, hace falta ser tonta pensé, y decidí pasar de ella y me dirigí hacia la cancha de futbito donde me esperaban para jugar con el equipo de primaria donde yo era el portero insustituible. Mientras me alejaba oía la algarabía de gritos y chillidos de los bañistas que saltaban al agua con gran alborozo, y de los espectadores animando a sus amigos.

Me olvidé de mi hermana enfrentándome a los chuts de Fredy, nuestro entrenador, que desde diferentes ángulos me lanzaba balones que yo detenía casi invariablemente.

– Acostúmbrate a mirar al balón y poner siempre las manos delante, y cuando te chuten fuerte y muy cerca adelanta también los brazos y levanta además una de las rodillas para protegerte – me decía en sus recomendaciones de calentamiento antes del partido. Yo disfrutaba plenamente jugando al futbol y me concentraba tanto que me ausentaba de todo lo que no fuera el partido.

Y entonces sentí de repente una sensación de vacío, una premonición de que algo pasaba. Casi todos los alumnos habían cesado sus actividades y dirigían sus miradas hacia la piscina donde habían cesado la algarabía y animación de momentos antes. Un expresivo silencio iniciado en la piscina se había extendido por el resto de la explanada. Decenas de colegiales se agolpaban en los bordes de la piscina mirando hacia el agua y otros tantos corrían hacia allí para saber que ocurría. No sé si fue un balonazo o un oscuro presentimiento lo que me golpeó en el estómago, pero palidecí y corrí yo también hacia la piscina encontrándome con mi amigo Hector que corría en mi busca.

Vamos, es tu hermana, corre.

Corrí y llegué hasta el borde de la piscina abriéndome paso a codazos entre la muchachada.

Mis ojos se abrieron como platos mirando estupefacto el espectáculo que mantenía atónitos a todos: mi hermanita ocupaba la piscina en solitario, todos los demás concursantes menos ella habían ya finalizado, y daba en ese momento la voltereta impulsándose con los pies para afrontar los últimos 20 metros que la quedaban para finalizar. Era una criatura pequeña y frágil nadando entre tanta agua, un mar para ella. Todos aguantaban la respiración esperando que de un momento a otro ella levantaría la mano solicitando socorro y los monitores se habían colocado a cada lado preparados para saltar en su ayuda. Sus brazadas apenas la hacían avanzar pero ella seguía y seguía balanceando su cuerpo y sacando la cabeza para coger aire. En ocasiones desaparecía debajo del agua y entonces se oía un suspiro de inquietud entre la muchedumbre por miedo a que pudiera ahogarse y los monitores parecían dispuestos a lanzarse, pero enseguida mi hermana reaparecía en la superficie. Yo la conocía bien y sabía que buceaba para avanzar más, era algo que hacíamos los dos cuando echábamos carreras. En una ocasión se puso de espaldas y tras permanecer haciendo el muerto unos segundos se impulsó con ambos brazos como aspas, aleteando con piernas y pies para volver nuevamente a nadar de frente dando brazadas lentas a lo crol que alternaba con brazadas de frente manteniendo la cabeza fuera del agua con el cuerpo hundido casi vertical por el cansancio que la hacía ya muy difícil mantener el cuerpo horizontal respirando y braceando para avanzar. Pero ya quedaban pocos metros y casi todo el colegio allí congregado adquirió entonces el convencimiento de que aquella pequeña y osada niña iba a llegar culminando su desafío. “Vamos vamos vamos vamos , vamos campeona, vamos ya es tuyo, vamos vamos…”, era un grito que rompía al fin el angustioso silencio, coreado por chicos y chicas animando a aquella pequeña niña que la mayoría no conocían.

Y mi hermana agotada llegó y tocó la pared. Se mantuvo sujetándose en el borde rechazando las manos que querían agarrarla para ayudarla a subir. Tras unos segundos, en un esfuerzo final, se impulsó con los brazos y se puso de rodillas en el borde. Solo entonces aceptó la mano de su amiga Laura que la esperaba en primera fila y la ayudó a ponerse de pie. “Eres un crak niña” – le dijo -. La cara de mi hermana se iluminó y sus profundos ojos grises brillaron de satisfacción.

– “he tardado más porque me he tirado tarde” – exclamó. El colegio rompió en risas seguidas de aplausos de admiración.

Yo estaba al lado de Laura mirando extasiado a mi hermana y no necesité decir nada. Ella me miró y comprendió que yo veía en el fondo de sus ojos la fuerte voluntad y dignidad que la hacían un ser tan distinto y hermoso. Algo que marcaría su forma de ser y hacer el resto de su vida.

        ZGZ Noviembre 2014

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